miércoles, 27 de enero de 2010

- LA MIRADA AZUL DEL CUADRO

Este relato está relacionado con otro publicado hace algunas semanas: http://beker-pensamientos.blogspot.com/2010/01/una-manana-gris.html
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Hacía algún tiempo que durante una comida había oído comentar a sus compañeros de trabajo, que iban a traer al Museo de Arte Contemporáneo una nueva exposición interesante del pintor italiano Modigliani. Aunque por esa época no estaba especialmente interesado en nada, y en las reuniones en las que participaba permanecía gran parte del tiempo ausente, sumergido en sus propios laberintos, se quedó con algunos de los comentarios que intercambiaron relativos al artista. Especialmente aquello que dijo Ana, que había visitado una exposición en Paris. Comentó del pintor que lograba captar tan bien las expresiones, las emociones, que aquellos que en algún momento habían posado para él, decían que era como si en realidad hubiesen desnudado su alma. Aquel viernes, ojeando el periódico de mañana antes de entrar al trabajo, leyó la noticia de que esa tarde era la inauguración. Pensó que podía ser una alternativa posible y tal vez, hasta interesante. Desde que se mudo de casa y se rompió el vínculo afectivo que le daba sentido a sus días, igual que se desprende el cordón umbilical que alimenta la vida antes de nacer, el par de cervezas que tomaba con los amigos el viernes almediodía al salir del trabajo, era el preludio de un fin de semana que siempre se ponía cuesta arriba y que había que empujar de alguna manera, llenándolo de actividades, las que fueran, con tal de no enterarse del tiempo y no recuperar los recuerdos. Vivía siempre detrás de sí mismo, persiguiendo el destino que se había convertido en una presa escurridiza en medio de una tormenta irremediable, en un paisaje solitario en el que se sentía tremendamente frágil. Por eso había adoptado esa postura de ir salvando los días, con una pasividad contenida, retando las distancias cortas y limitándose simplemente a esperar, porque a veces los proyectos, aunque se hagan consigo mismo, importan poco o no sirven de nada.
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Se levantó temprano, porque quedarse en la cama era alimentar el riesgo de que los pensamientos impertinentes volvieran a ocupar su cabeza, miró por la ventana para ver la intensidad de la lluvia que escuchaba repiquetear de vez en cuando y se vistió con parsimonia. Aparcó el coche en el primer sitio libre que encontró, porque aún faltaba tiempo para que abriera el Museo y le apetecía andar, sentir ese aire fresco de la lluvia en la cara a esa hora de la mañana en la que todavía había poca gente en la calle. Nada más llegar al patio de entrada del Museo se quedó inmóvil delante del cuadro de la mujer de la mirada azul, como atrapado por aquellos ojos dulces cargados de misterio, que le miraban sin parpadear, como entendiendo su sufrimiento, en un dialogo silencioso. Permaneció allí quieto delante de la imagen, con la que había establecido una relación de complicidad tan cercana como para permitirse llorar abiertamente, sin poder parar, durante mucho rato, como si con las lágrimas quisiera abrir un surco que le separase del resto de su vida.
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Salió del Museo sin una idea fija de qué hacer. De manera instintiva se puso a caminar, para liberarse de la tristeza que le golpeaba por dentro, sintiendo como el viento de enero removía las copas de los laureles de la Rambla produciendo un rumor lejano. Después de algún tiempo que no pudo precisar, se detuvo en una cafetería con suelo de madera en la que al entrar sonaba una campanilla, para avisar de la llegada de alguien al local. Se dirigió a la barra, ocupó un taburete de la esquina que estaba junto a la ventana del fondo y pidió un cortado leche y leche. Allí, sumido en sus pensamientos, oyó de nuevo la campanilla y unos pasos que sonaban sobre la madera y se acercaban lentamente, firmes, acompasados. La mujer se sentó cerca y colocó con esmero el abrigo en la butaca de al lado. Pidió un café corto y cuando estaba terminando de fumar el cigarro que había consumido lentamente, le preguntó si sabía dónde estaba el hotel Taburiente. Cogió una servilleta del bar y le dibujó de forma gráfica un plano aproximado para situar la calle y el recorrido más fácil para llegar. Desde el primer momento, desde la primera vez que la miró, sintió una sensación extraña, porque allí estaba la misma mirada que tenía la mujer del cuadro. Era una mirada confiada, limpia como el cielo azul, una mirada de balsa para los tiempos de tormenta. La mujer le agradeció la información y empezó a recoger las cosas. En el momento de marchar, los dos quedaron de pie, uno frente al otro, tan cerca que podía oler su piel y su perfume. Durante un instante que le pareció infinito, se estrecharon la mano suavemente. Ella le miró por última vez y le dijo muy despacio, como deteniendo las palabras: “Me llamo Valeria, y también yo tengo que remontar muchos días que se me hacen insoportables”. Y nuevamente los pasos, ahora alejándose como un eco, dejando el aroma impregnado de su presencia. Quiso detener el tiempo para siempre, borrarlo todo y empezar a partir de ese momento, como si lo que hubiera hecho hasta ese día fuera esperar por ese instante. Intentó decir algo, pero cuando se giró, la puerta ya se había cerrado y ella había desaparecido como la niebla.

viernes, 22 de enero de 2010

- CONFIDENCIAS CON EL MAR

Mar de costa, mar de adentro, mar amigo, mar de siempre… tú que eres mi voz, que moldeas mi memoria, que haces dejar atrás el muro infranqueable de la vida para compartir confidencias, enredado en la afinidad de tantos sentimientos que se reflejan en el espejo de tu calma; seguro que me darás alguna respuesta del pasado, para liberarme de él, porque el pasado fue presente vital, orgulloso y apaciguado, antes de hacerse definitivamente pasado, antes de vencerme… tendré paciencia para recorrerlo limpiamente
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En este camino adverso
con el misterio y mi sombra
voy perdido a la deriva
hasta llegar a tu encuentro
para sentir en tu orilla
tu latir y tu semblante
y derretir en tu espuma
este llanto que me abrasa
y ahogar en cada ola
estos besos que no he dado
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martes, 19 de enero de 2010

- UNA MAÑANA GRIS

Aquel día plagado de incertidumbres no apuntaba nada nuevo. La misma sensación de rutina con la que se desplazan los días cuando la vida discurre como la de un naufrago a la deriva, que se empeña en agarrarse a la última madera que se tambalea, como si jugara a un equilibrio macabro. Y es que andaba en juego algo más que resarcirse de su propia dignidad, cuando ya se han agotado las palabras y en el horizonte despunta el brillo de la desesperación. En la mesa de madera que ocupaba en la esquina del bar que frecuentaba diariamente desde hacía ocho años, en la que muchos habían ido dejando impreso el nombre o la frase que un momento cualquiera lo había significado todo o al menos les había resultado lo suficientemente significativo como para dejar constancia de su existencia, permanecía descuidado el sobre con el borde despellejado, que denotaba la urgencia con la que había sido recibido y la precipitación con la que quiso apoderarse de su interior. Al lado, al borde mismo de la esquina, el folio perfectamente plegado que había vuelto a leer de manera descuidada, entre sorbo y sorbo de café, casi como si fuera la primera vez, aunque en realidad conocía de aquel escrito el contenido, el tono y hasta las últimas consecuencias de lo que suponía. Con movimientos lentos, colocó el papel encima del sobre y se pasó lentamente la mano por el cabello, como si en aquel gesto autómata y casi involuntario pudiera encontrar un resquicio por el que escapar hacia una zona más tranquila de su existencia, ahorrándose todos esos posibles motivos que le habían llevado a esa situación de inquietud ansiosa con la que caminaba día a día, algo ya reconocido, inevitable, pensaba, porque la vida muchas veces no permite hacer elecciones. Levantó la cabeza y su mirada se perdió a través de la ventana, deteniéndose en un cielo plomizo lleno de pliegues que parecía a punto de caerse, otra prueba más de que las circunstancias muchas veces se ponen en contra y no las salva ni la distancia. Sólo el sonido agudo y tintineante de la campanilla de la puerta del bar y el taconeo armonioso e inconfundible que resonó acompasado sobre la madera, le devolvió a la realidad. Quiso cerrar los ojos, pensar en otra cosa, pero ese olor tan familiar le envolvía y le negaba cualquier resistencia, hasta el punto de no reconocer si determinadas cosas habían dejado realmente de ocurrir bajo aquel cielo tremendamente irreal que amenazaba otra tormenta.
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jueves, 14 de enero de 2010

- EN ESTE LARGO TIEMPO

Dentro de esta serie de colaboraciones con amigos blogueros que venimos haciendo, para este mes hemos contado con la ayuda de Arantza G. a la que agradezco mucho su interés y entusiasmo en esta tarea que hemos compartido. Del trabajo conjunto que hemos realizado ha salido este pensamiento.

Después de tanto tiempo
retomo los recuerdos
aquellos que me hirieron
aquellos que no olvido

Después de tanto tiempo
de mirar con nostalgia
buscando entre secretos
tus pasos que me niegan

Después de tanto tiempo
de esperar con ansia
la alianza de tus brazos
que amarre mi deriva

Después de tanto tiempo
de seguir a la espera
el eco de tu ausencia
recorre la amargura

Después de tanto tiempo
a la orilla de tu vida
me llegan tus susurros
en los soplos del silencio

Después de tanto tiempo
atado al desencuentro
descubro la esperanza
desnuda y con mordaza

Después de tanto tiempo
que espero tu llamada
mi voz no tiene dueño
la noche me reclama

Después de tanto tiempo
viviendo entre penumbras
la sombra del olvido
silencio este sentimiento

http://www.youtube.com/watch?v=QtqADo-D3mQ

lunes, 11 de enero de 2010

- EN EL OCASO DE UN BESO

Y en este ocaso frio
que dejó el roce fugaz de un beso
vivo esperando de lejos
que me quieras, quizás algún día
aunque no te espero
porque sólo quiero
que desocupes mi memoria
y esa densa niebla
salga de mi piel
para habitar otro sueño
lleno de palabras
vacio de silencios
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jueves, 7 de enero de 2010

- DIAS SIN RETORNO

Otro día así; presentido
que se presta a la tristeza
Un día neutro; abatido
de lluvia que golpea los cristales
Otro día de luz opaca; lejano
donde retumban los ecos del silencio
Igual que aquel día; largo
de lágrimas sin ganas de llorar
Ese día lejano; lánguido
que dejó hueco el sentimiento
Otro día más; diluido
que marcó la distancia del amor
Otro día que no entiendo; perdido
porque aún sigo la línea de tu boca
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domingo, 3 de enero de 2010

- DOBLE ESPEJO DE UN SENTIMIENTO

Pensaba que con quererla era suficiente, pero muchas veces nos hacemos una idea equivocada del amor. Lentamente Abilio había ido purgando su pena y sus por qué se fueron sepultando bajo la nieve, hasta enfriarse el sentimiento y consumirse por dentro aquella luz del alma que tanta intensidad había tenido. Se fue acostumbrando a aquella frialdad que se movía igual que el viento, como si poco a poco se fuera convenciendo que no había otra forma de querer, otras palabras que tuvieran que ver con la dulzura, otros gestos que transmitieran confianza u otras miradas que hablaran de complicidad. Empezó a vivir los sentimientos como una incapacidad que no entendía, como si estuviera incomunicado más allá de su propia afectividad.
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