Entre dos orillas; entre dos años; entre hoy y mañana; entre La Palma y Tenerife...
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Llega este día, siempre salpicado de recuerdos, unos buenos y otros menos, como si cada final de año fuera un momento de balance y proposición. Un momento para cerrar los ojos y esperar, con ese sentimiento de anticipación que inculcan los deseos y todos esos augurios que laten en lo más profundo de cada uno. Un momento para dejarse envolver por el silencio y sentir el tránsito de las agujas del reloj; el último instante que se marchó y el primero de los que vendrán. Y muchos, como leía recientemente, pensarán que son los arquitectos de su propia existencia y que llevan las riendas de su vida, porque es su voluntad la que cuenta y son capaces de avanzar entre las alegrías y los pesares, como si el dolor fuera algo imperceptible, sintiendo y saboreando cada partícula del tiempo. Otros se verán prisioneros de sí mismos y sentirán que su vida gira conforme a las circunstancias externas que imprimen su propio ritmo, condicionando cualquier decisión que tomen. Como si la voluntad estuviera agitada por un devenir que en forma de niebla diluyera los caminos, haciendo difícil dar cada paso e impidiera disfrutar de las cosas. Como quiera que sea, cada cual debería imaginar en este momento que cambiamos de año lo que quiere hacer con su vida, escribir su guión ideal y empeñarse cada día en ello. Y mi guión empieza diciendo que tengo que valorar todo lo que tengo y atender menos a lo que me falta, porque ya cuento con las cosas más importantes de la vida. Así que en este año procuraré aprovechar mucho el tiempo en las cosas positivas y en los sentimientos que realmente valen la pena.
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