amanecí sin penas en los ojos
y descolgué las ausencias de mis manos
Pero ayer y todos los días
me tuve que cambiar el corazón
para no morir de pensarte...
Un recorrido por algunas sensaciones vitales de cada día, de cada época, de siempre y en especial un reencuentro con las emociones y los sentimientos
Todo sucedió hace mucho tiempo, cuando las cosas, incluso los sentimientos, eran más verosímiles que ahora, incluso se podría decir que más reales, porque tenían un efecto de tormenta más contundente. La tarde se fue apagando poco a poco, languideciendo detrás de aquel velo plomizo de nubes que no dejaban mirar más allá de la tristeza inmediata, cuando de pronto el sol esplendoroso se escapó unos minutos y se fundió con el agua, dejando suspendida en el aire una luz de revancha, mientras se respiraba el viento blanco que regalaba el mar con afán de indulgencia. Porque hay momentos que no se pueden dejar de mirar con otros ojos, cuando se ha compartido tantas veces el mismo atardecer, el mismo sentimiento.
Aunque a veces la vida es como una moneda que se lanza al aire, lo cierto es que no nos sirven las soluciones intermedias, los desenlaces que nunca concluyen, porque la moneda nunca queda de canto. Y en ese juego después del letargo nos sonríe alguna vez la suerte, porque la complicidad sólo tiene el precio de la felicidad de los pequeños momentos y las mil razones para seguir viviendo.