
Alrededor de Gara, la princesa guanche que aparecía en la entrada anterior, gira una de las leyendas tradicionales que más se han dejado oír en Canarias. Cuando Gara acudió al monte para averiguar qué suerte le deparaba el destino, el agua de los chorros le devolvió al principio una imagen tranquila y perfecta, pero luego, ante su sorpresa, surgieron sombras y la silueta comenzó a agitarse, apareciendo, de pronto, en medio de todo, un fuego abrazador. Gara guardó silencio, intentando ocultar sus temores y no dándole importancia, pero el extraño presagio corrió de boca en boca, llegando a todos los que la conocían. Los sabios del lugar interpretaron los símbolos mágicos y le hicieron la siguiente advertencia: “huye del fuego Gara, o el fuego habrá de consumirte”. Poco tiempo después llegaron de Tenerife, la isla vecina, los Menceyes nativos (reyes) acompañados por familiares y otros nobles. Entre ellos se encontraba el Mencey de Adeje (Tenerife), que venía con su hijo Jonay. Desde el primer momento en que lo vio, Gara no pudo dejar de observarlo y en cuanto sus miradas se encontraron, el amor los atrapó sin remedio. Gara era la princesa de Agulo, el lugar del agua y Jonay, era el hijo del Mencey de Adeje perteneciente a la isla del fuego. Jonay se enamoró de ella y la princesa también lo amó. Pero los familiares de la princesa se oponían ya que el fuego y otros signos señalaban que lo que lo que parecía un hermoso amor, no traería más que desgracia a la isla, por lo que no podían permitir un riesgo así, aunque significara romperles el corazón. Grandes males amenazarían al pueblo gomero si los jóvenes amantes no se separaban. Parecía que no cabía otra opción y las familias de ambos se encargarían de salvaguardar el destino. Por ese tiempo el volcán del Teide (Tenerife) no hizo sino arrojar lava en medio de unos tremendos bramidos que atemorizaban a los habitantes de todas las islas. Rota la unión, el volcán volvió a recuperar la calma y después de que terminaron las fiestas la gente de Tenerife volvió a su tierra. Después de volver a Tenerife Jonay sintió el alma vacía y una profunda pena. Decidió regresar en secreto a la Gomera, pensando que tal vez los nobles de la isla vecina podían haber recapacitado y bendecir su amor. Esta vez lo haría a nado: si su amor era auténtico, sus brazos podrían vencer las tormentas y las peligrosas corrientes del Atlántico. Ayudándose de dos pieles de cabra infladas, Jonay cruzó el mar de orilla a orilla para reunirse con Gara, quien le comunicó que el rechazo de sus padres seguía firme. Así que huyeron hacia el monte, siendo perseguidos por la gente de la Gomera. Los amantes subieron hasta el pico más alto y al verse acorralados se miraron a los ojos prometiéndose amor eterno. Tomaron un palo afilado por ambas puntas y, apoyándolo en sus pechos, se abrazaron y murieron atravesados, unidos para siempre. Desde entonces esa montaña de laurisilva de la Gomera se llama Garajonay, en recuerdo de los dos enamorados que prefirieron morir juntos a continuar su vida separados. En los profundos barrancos algunos escuchan aún el eco de los últimos suspiros de estos jóvenes que murieron por amor. Gara, princesa del agua; Jonay puro fuego, procedente de la Isla del volcán Teide. Actualmente el lugar es un Parque Nacional, el Parque Nacional de Garajonay.
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