viernes, 26 de febrero de 2010
- OTROS TIEMPOS OTRA PUBLICIDAD
lunes, 22 de febrero de 2010
- RETALES DE UN SENTIMIENTO

A veces los sentimientos tienen también fecha de caducidad. Cuando estamos plenos de esa energía vital que emana de la complicidad afectiva entre dos personas, nadie se puede imaginar que en cualquier momento el barco puede arder por los cuatro costados. Como la luz del amanecer que va haciendo desaparecer la luna en la superficie del mar, como la tarde que va cediendo a la fuerza implacable de la oscuridad, también los sentimientos ceden, a veces de manera desequilibrada, dejando su sentencia en los recuerdos que acaban siendo vínculos de soledad terribles con los hay que convivir. Y entre el hoy sentido y el mañana olvidado muchos quedan a la espera, a la deriva, sin viento que mueva las velas hasta un nuevo día
Un atardecer que se resiste a cerrar los ojos sin verla
gaviotas que a lo lejos dibujan sentimientos sin rejas
una voz que grita su nombre entre destellos de deseo
una caricia que nace y recorre la pureza del instinto
unos labios que se acomodan sin tregua en infinito
dos miradas que convergen impacientes hasta siempre
dos corazones que se anudan bajo el cielo pensativo
dos gotas de ternura entre suspiros que trepan al alma
Hasta que vuelva a caer la noche de amores solitarios
hasta que vuelva a amar el recuerdo de ese sentimiento
hasta que vuelva a sentir el frio más cercano del mar
hasta que parta el barco con el pañuelo de su nombre
hasta que se detenga el amor en las manillas del tiempo
hasta que dentro de un poema palpite el silencio
recogiendo el olvido, recogiendo los sueños
retales trenzados prendidos a la fuga de un beso
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viernes, 19 de febrero de 2010
- MIRADAS SUPERPUESTAS

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Durante mucho tiempo permaneció ensimismado en el mismo lugar de la cafetería, atrapado en distintos pensamientos de ida y vuelta, a veces contradictorios, que iba desgranando de forma encadenada, como secuencias superpuestas de distintas películas, sin dejar de pensar ni un sólo segundo. Al final siempre terminaba con la vista clavada en la puerta, como queriendo que sus ojos atrajeran la presencia de aquella mujer de mirada especial, que había dejado una bandera de esperanza en su paisaje natural de sufrimiento. Pensaba en el azar, en la oportunidad de aquel encuentro, en las historias que terminan incluso antes de haber comenzado. En una de esas veces que miro se dio cuenta de que la luz se desvanecía y de que fuera había empezado a oscurecer, porque en invierno parece que los días se empeñan en acercar la noche con más prisa y ya se sabe que en la oscuridad las cosas parecen aún más complejas de lo que en realidad son. Tampoco durante la noche pudo liberarse de aquella mirada que le seguía a todas partes. Porque esa noche soñó, con aquellos ojos que le hablaban, mudos de palabras, a lo largo de un camino que no pudo llegar a precisar. Sólo sintió una inmensa tranquilidad, que se esfumó de repente al despertar por el ruido de la tormenta de lluvia que batía contra los cristales. Se quedó quieto en la cama, en esa soledad horizontal con los ojos abiertos y esa sensación de angustia que dejan los sueños rotos, cuando te das cuenta que fue sólo una ilusión, un extraño efecto de la mente. Se levantó por la mañana dando vueltas a aquellos instantes que habían compartido y que volvían continuamente, como esas canciones viejas que sin darte cuenta se te escapan por los labios. Poco a poco fue ganando una ligera sensación de optimismo, porque había empezado a pergeñar en su cabeza la posibilidad de un reencuentro, aunque formara parte de un sueño invisible, porque no tenía una idea clara de cómo volver a encontrar a la mujer de la mirada azul. Se había marchado como diluida por el aire, sin dejar ni un teléfono, ni una seña, sólo un nombre y un lugar que permanecían en el recuerdo de aquella mañana lánguida. Durante el desayuno se fueron multiplicando en su mente las diversas situaciones en las que podría producirse el encuentro, incluso las menos probables, como cuando vas al médico y quieres tener bien atados todos los argumentos. Olía a mañana de invierno cuando llegó al hotel Taburiente, con la intención de preguntar en recepción si conocían a la mujer que buscaba. La excusa era entregarle un cuaderno que dejó olvidado en una cafetería en la que habían coincidido. Pero nada más cruzar la puerta de entrada al hotel la descubrió en un rincón del salón, entre sillones y plantas, en compañía de un hombre elegantemente vestido con el que mantenía una animada conversación. Su corazón se aceleró repentinamente y de pronto no supo que hacer, puesto que todo lo que había pensado no le servía para nada. La persona que buscaba, los ojos de la mirada azul estaban allí de nuevo, pero en este caso había otra mirada superpuesta, la del hombre que le acompañaba. Intentando no llamar la atención, se dirigió a la cafetería del hotel que estaba al otro lado del salón, con el fin de decidir qué hacer. Desde la posición que ocupó les podía ver a través del cristal biselado y aunque no podía distinguir los detalles, si sabía que estaban allí, hasta podía distinguir los movimientos diluidos que se dibujaban a cámara lenta en las formas del cristal, como ráfagas intermitentes de lucidez y abandono, en medio de esa atmósfera de calor y frio a la vez. Después de media hora se levantaron y salieron a la calle. Se acercó a la recepción, pidió papel para una nota y dijo que se la entregaran a la señora Valeria, la mujer que acababa de salir. En el folio doblado por la mitad que firmó dejando al lado un número de teléfono, había escrito el siguiente mensaje: “la tristeza a veces nos venda la cara y nos impide ver muchas cosas que nos acompañan. Tal vez por eso ayer no comprendí por qué tu mirada tenía tanta esperanza, y aunque las cosas buenas no hace falta entenderlas, me quedé con la duda. Conozco un sitio donde algunas tardes parece que no se pone el sol y sirven un buen café”. Pasaron muchos días en los que vivió atado al teléfono, porque la espera es un deseo, a veces terriblemente añorado. La duda de si llamaría era como la incógnita de cuándo terminan las tormentas o el resultado de un partido por jugar. Aquella nueva mañana de sábado se presentaba apaciguada y desde la ventana contemplaba como unas nubes grises y azules rodaban rozando los tejados y las copas de los árboles del Parque García Sanabria hasta fundirse con el mar. La ciudad permanecía inclinada, como pidiendo disculpas. Pensaba en lo difícil que era recuperar los instantes, cuando el sonido estridente del teléfono le devolvió a la realidad.
martes, 16 de febrero de 2010
- EN EL ESPEJO DE LA MAR

ante el espejo de la mar enardecida
para vencer la soledad oscura del hastío
de náufrago de largas intemperies
viviendo sobre el vértigo de una ola
y en su cresta un sentimiento que palpita
que fue llevando el viento a su deriva
borrando tu nombre sobre el mío
hasta hacerse un punto en el olvido
domingo, 14 de febrero de 2010
- PENSAMIENTOS RENOVADOS

descoser las tristezas del olvido
no pueden mis ojos cansados
arribar a tu orilla sombría
no puede el viento de este día
limpiar las gastadas rendijas
en este amor marchito
en este amanecer somnoliento
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viernes, 12 de febrero de 2010
- OTRA MIRADA DEL TEIDE

lunes, 8 de febrero de 2010
- RECUERDOS DE SEDA

jueves, 4 de febrero de 2010
- DESGARROS DEL AMOR

de tiempo rebelde
que marcó tu rumbo
de amante improbable
como el polvo frágil
que cae de la piel
como sal en los labios
que se lleva la lluvia
como trozos de tiempo
que fueron muriendo
de forma indecisa
con el vaivén del amor